Belén TraverCuando me presentaban a alguien vegetariano era la típica plasta que hacía preguntas como: ¿Y por qué no comes carne ni pescado? ¿Y qué comes entonces? ¿De dónde sacas las proteínas? ¿No tienes anemia?... Siempre desde el lado de la curiosidad, nunca desde la burla, pero reconozco que eran las típicas preguntas con las que un vegetariano tiene que lidiar el resto de su vida y que pueden estar cansados de responder en cada celebración pública. Admiraba a esa gente por sus principios y por no importarle ir en sentido contrario al resto de la gente. Siempre he sentido un profundo respeto por la naturaleza en general y por los animales en particular, pero me gustaba demasiado el sabor de la carne como para renunciar a ella.

A los 25 años la empresa donde trabajo cambió su ubicación por una más céntrica en la ciudad y fue ahí donde por primera vez frecuenté un restaurante vegetariano. Iba a comer a menudo porque tenía un menú muy variado y ligero. Con el tiempo noté que me sentaba bien comer allí a diario, pues no tenía las molestias que solía tener en el estómago de acidez después de las comidas.

Empecé a informarme del porqué la gente decide hacerse vegetariano y a raíz de esa curiosidad descubrí las atrocidades que cometen con los animales en los mataderos y me negué a ser cómplice de esa explotación animal. Cuanto más averiguaba, más cuenta me daba de lo equivocada que estaba antes al no querer abrir los ojos ante lo que estaba pasando.

Al principio mis amigos me hacían preguntas indiscretas y en tono de burla y mis familiares estaban preocupados, aunque pensaban que en cuestión de 15 días se me habría pasado la tontería. Con el tiempo les demostré que se puede vivir de forma saludable y además, en mi caso, disfrutando de una mejor calidad de vida, ya que me sentía mejor por tener un compromiso interior conmigo misma y ser capaz de llevarlo a cabo. Ahora mis amigos me preguntan acerca de las propiedades de la soja e incluso algunos de ellos declarados exclusivamente carnívoros han llegado a venir a comer al restaurante vegetariano conmigo y se han dado cuenta de que no sólo comemos lechuga y zanahoria.

Agradezco muchísimo haberme topado ese día con aquél restaurante vegetariano porque en ese momento empezaron a cambiar muchas cosas en mi vida. No sólo la alimentación, sino el comportamiento en general con todo lo que me rodea, un compromiso con el medio ambiente y una fuerza interior que hasta entonces estaba dormida.

No pretendo hacer una campaña para convertir al vegetarianismo al resto de la gente porque es algo muy personal, pero sí animar a aquellas personas que se sienten identificadas con la causa a que den el paso, a que se documenten y aprendan a elaborarse una dieta equilibrada y saludable sin necesidad de crear sufrimiento a ningún animal. En mi caso ha merecido mucho la pena.