Es curioso, pero generalmente uno no suele justificar sus hábitos alimenticios. La pregunta del tipo por qué soy vegetariana, suena más bien a oraciones tipo ¿por qué soy católico? ¿por qué soy abogado? o ¿por qué soy soltero? Es mucho más frecuente que te pregunten ¿por qué no comes carne? que ¿por qué comes carne? y de ahí mi inquietud por escribir este texto.

Seguramente hay muchas respuesta a la pregunta por qué comes carne. “Porque me gusta”, “porque así fui educado”, “por costumbre”, “porque no me gustan las verduras”, pero ninguna de ellas me parece que esté implicando algo más que una cuestión de gusto. En cambio, cuando se nos pregunta ¿por qué no comes carne? nos vemos obligados a dar toda una explicación que justifique nuestra decisión.

Y no me parece mal si lo veo como parte del proselitismo que necesita el vegetarianismo, es sólo que a veces me canso de repetir siempre los mismos argumentos, como si no fuera evidente por qué no debo de comer carne. Y que conste que digo “debo”, porque sé muy bien que no hay ningún código que me impida hacerlo y con ello no violo ninguna ley ni cometo delito alguno. Sin embargo, estoy convencida de que sí hay un código implícito entre los animales como seres sintientes y yo. Por supuesto no es un acuerdo al que hayamos llegado con ellos, es más bien un acuerdo al que llegamos con nosotros mismos: si está en mis manos evitar el máximo sufrimiento posible debo comportarme coherentemente con ese objetivo.

No estamos ya en la época en que podíamos cerrar los ojos ante el sufrimiento animal y pretender que no pasaba nada, tampoco sería defendible argüir que el ser humano siempre ha comido carne y que así es la cadena trófica. Nosotros, los seres humanos, tenemos opciones de acción que pueden evitar el sufrimiento o perpetuarlo y ejemplo de una de esas opciones es no comer carne.

Estoy orgullosa de ser vegetariana aunque a veces salga de la ciudad y me enfrente a las pobres opciones gastronómicas que nos ofrecen los pueblos donde no hay mucho más que el típico chorizo y el bocadillo vegetal “con atún”. Tengo confianza en que poco a poco ganaremos un estante en el supermercado, independiente al de los productos dietéticos o especiales para diabéticos.

Quizá un día mi interlocutor no me cuestione cuando le diga que soy vegetariana y me pida que le sugiera un restaurante o le recomiende una receta sin carne porque le interesa conocer más sobre el vegetarianismo.

De cualquier forma, nunca he sentido que ser vegetariana sea un sacrificio o una renuncia pesada de llevar. Al contrario, me siento bien cuando voy al campo (provista de mis víveres) y puedo ver a un animal a los ojos sin sentirme su enemigo.

Leonora